Laia Soler nos deja esta semana una carta donde nos habla de una de las novedades de 2016 más esperada y con una de las portadas más bonitas que he visto: Nosotros después de las doce. En esta carta nos cuenta cómo ha nacido esta historia, la cual está a puntito de salir a la venta y promete dejarnos cientos de emociones para reír, llorar y enamorarnos una y otra vez.
‘Nosotros después de las doce’ será publicada por Puck y saldrá a la venta el próximo 4 de abril, pero ya puedes reservar tu ejemplar comprándolo en preventa.
No dejes de leer sus palabras, pues solo consiguen aumentar la ansiedad por tener entre nuestras manos esta maravillosa historia.
Aquí os dejamos las maravillosas palabras que la autora ha regalado a Entre Metáforas:
Hasta que un día, entrando en mi portal, escuché a una vecina llamar a otra: “¡Señora Aurora, no cierre la puerta!”. En cuanto la escuché, supe que el personaje que le faltaba a mi carrusel se llamaba Aurora, que odiaba los cuentos de hadas porque llevaba el nombre de una princesa con una historia bastante turbia, que era pelirroja y que hacía fotos con una cámara lomográfica. El problema ahora era que mi personaje no tenía casa.
Pasaron meses hasta que pude solucionar eso. Hace un par de veranos, estando de vacaciones por Andorra con mi familia, miré el valle que quedaba a nuestros pies y supe que ahí vivía Aurora. Supe que su pueblo se llamaba Valira, como el río andorrano, y que ahí no se negaba la existencia de la magia. Supe también que iba a apropiarme de la geografía andorrana y ficcionalizarla para la novela, porque quería esos lugares pero a la vez, la libertad para llenarlos de magia. Durante esos días en Andorra conocí al Abuelo Dubois y a Teo, y descubrí también todo lo que era capaz de hacer ese precioso carrusel que yo tenía en la cabeza. Pero seguía teniendo un problema: mis personajes, mi carrusel y su hogar no tenían vida. Los sentía huecos.
Por eso, una mañana de invierno secuestré amablemente a mi mejor amiga de toda la vida y la obligué a ayudarme. Pasamos tres horas sentadas entre tés y cruasanes, hablando de cómo era Valira, de lo que hacía ahí la gente, de los amigos de Aurora, de Teo... Hay un momento en todos mis procesos de planificación de una novela cuando siento que ya puedo empezar a escribir porque los personajes ya son reales para mí; con “Nosotros después de las doce”, eso lo sentí cuando salí de esa cafetería.
A partir de aquí, todo fue cuestión de encajar piezas, llenar huecos y pulirlo todo. El resultado fue “Nosotros después de las doce”, una novela en la que se habla de la memoria, del perdón, del olvido, de lo que es realmente la valentía y, sobre todo, de lo que significa hacerse mayor y tener que buscarse un lugar en el mundo.
Si pudieras borrar de tu mente los recuerdos que te hacen sufrir, las traiciones, las pérdidas y los desengaños...
Si pudieras convertir tu mente en un mural en blanco donde volver a pintar tu vida, ¿lo harías?
Aurora vive en Valira, un pequeño pueblo situado entre montañas. No cree en los cuentos de hadas, pero sí en la magia. Al fin y al cabo, Valira debe su nombre a una reina feérica. Dice la leyenda que la sangre de las hadas aún corre por las venas de sus habitantes, que el pozo del pueblo alberga el espíritu de la reina y que el antiguo carrusel de la plaza posee poderes extraños. No, en Valira nadie se atrevería a negar la existencia de la magia.
La víspera de San Juan, la noche más mágica del año, la mejor amiga de Aurora, Erin, regresa al pueblo después de dos años viviendo en la gran ciudad. Y con ella vuelve Teo, su hermano gemelo, cuya presencia Aurora prefiere evitar. Pero la mirada de Teo no es tal como ella la recordaba, ni su pelo, ni su sonrisa. Y cuando el más poderoso de los sentimientos asoma entre los dos, Aurora empezará a dudar de si acaso estará viviendo la segunda parte de una historia de amor olvidada o… no.
Con una voz potente, actual y profundamente evocadora, Laia Soler teje una historia salpicada de magia que nos arrastra por las turbulentas aguas de la memoria, el dolor y el amor para reflexionar sobre todo aquello que nos une, nos separa y nos hace crecer como personas.
Por si la carta fuera poco incentivo para desear tener este libro en nuestras manos, la autora nos regala un fragmento de una preciosa escena de la historia:
Calla justo en el momento en que la música empieza a so- nar. Y no sólo música: la voz. La Voz.
—¿Sinatra? —exclamo.
—Me ofende ese tono de sorpresa.
—Es que no tienes pinta de que te guste ese tipo de música. —¿No te parezco un chico Sinatra?
—En ningún universo.
—¿Y de qué tengo pinta?
Lo miro de arriba abajo antes de responder.
—De chico boyband.
Teo tarda unos segundos en reaccionar. Se abre paso entre
el desorden y se sienta lentamente, de forma casi dramática, en la caja que hay frente a mí.
—¿Perdona?
No puedo evitar reír ante la seriedad de su expresión. —Venga, no puedes negarlo. ¿Has visto tu pelo?
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—¿Cuándo fue la última vez que te lo cortaste? Pareces sali-
do de una revista para adolescentes. A los chicos con tus pintas no les va la buena música.
—¿Así que, si me cortara el pelo, ya podría ser un chico Si- natra?
—Todo se reduce al pelo, Teo. —Sonrío.
—Eso es un prejuicio asqueroso.
Levanto las manos con las palmas hacia fuera y me encojo
de hombros.
—Lo siento, yo no hago las reglas.
La dureza de los ojos de Teo se deshace y se echa a reír. —Pues lo siento, pero esto —dice, señalándose el pelo
con las dos manos—, esto se queda donde está. A las chicas les encanta.
—Y eso es lo importante, claro.
Él asiente, con la sonrisa aún colgada en los labios.
—No te recordaba así —admito.
El Teo que yo recuerdo me habría dejado sola en la habita-
ción de Erin mientras él se iba a hacer sus cosas, y si por un mi- lagro me hubiera dejado acompañarlo, se habría pasado todo el rato mirando el móvil. No me habría dado conversación y lo más parecido a una sonrisa que hubiera dibujado habría sido una mueca de suficiencia al citar una canción de una película de niños. Y sobre todo, ese Teo no escucharía a Sinatra.
—¿Así?
—Simpático.
En lugar de ofenderse como muchos podrían haber hecho,
Teo se ríe.
—Yo podría decir lo mismo.
—Quizás es que los pelirrojos envejecemos mejor que el
resto de los mortales.
La mirada de Teo cae abruptamente hasta mis pies y desde
ahí empieza a trepar por mi cuerpo. El tiempo se ralentiza mientras le observo deslizarse por mis curvas con una incipien- te sonrisa en los labios que explota en el instante en el que llega a mis ojos.
—De eso no hay duda.
Este, definitivamente, no es el Teo que yo recordaba.
¿Conocéis alguna de las historias de Laia Soler? ¿No os morís de ganas por descubrir 'Nosotros después de las doce?