1er capítulo de Night school El legado

- ¡Isabelle, necesito ayuda!
Acuclillada en la oscuridad, Allie susurró al teléfono aquellas palabras
angustiadas.
A lo largo de casi un minuto, permaneció a la escucha. Cada vez que asentía, su melena oscura se balanceaba. Cuando la persona del otro lado dio la conversación por concluida, Allie se puso a toquetear el teléfono para retirar la tapa de la parte posterior y sacar la batería. Luego quitó la tarjeta SIM y la hundió en la tierra con el tacón.
Tras escalar el murete de ladrillos que rodeaba la minúscula zona verde de Londres en la que se había escondido, casi invisible en aquella noche sin luna, echó a correr por la calle desierta. Solo aflojó el paso un momento para tirar la carcasa del teléfono a una papelera. Después de recorrer unas cuantas calles, lanzó la batería por encima de una verja, al jardín de una casa cualquiera.
En aquel momento, un sonido se sumó al eco de sus propios pasos contra los adoquines. Agachada detrás de una furgoneta azul que habían aparcado junto a la acera, Allie contuvo el aliento y esperó.
Alguien se acercaba. Oteó a toda prisa aquella calle de casas bajas, tranquila y apartada, pero no localizó ningún escondite a simple vista. Su perseguidor había echado a correr; Allie tenía poco tiempo.
Se tiró al suelo para ocultarse debajo de la furgoneta. El olor a asfalto y gasolina inundó sus fosas nasales. Apoyó la mejilla contra el asfalto, frío y húmedo tras el aguacero que había azotado la ciudad aquel día.
Aguzando los oídos, rogó a su corazón que latiese más despacio. Los pasos se aproximaban. Cuando llegaron a la altura de la furgoneta, Allie contuvo la respiración. El desconocido se alejó sin aflojar la marcha.
Justo cuando empezaba a sentirse aliviada, los pasos se detuvieron. Por un instante, el aire pareció absorber cualquier sonido. Allie no oía nada en absoluto. De repente, alguien masculló una maldición.
Al cabo de un momento, oyó una voz masculina, que susurraba: - Soy yo. La he perdido -pausa. Luego, a la defensiva-: Ya lo sé, ya lo sé… Mira, es rápida y, como bien has dicho, se conoce la zona a la perfección -otra pausa-. Estoy en… -un roce de zapatos contra el suelo, cuando el perseguidor de Allie se volvió a mirar el nombre de la calle-… Croxted Street. Te espero aquí. 
Se hizo el silencio, que a Allie se le antojó eterno. Empezó a preguntarse si acaso el desconocido se habría marchado de puntillas sin que ella lo advirtiese. No oía el menor movimiento.
Justo cuando sus músculos empezaban a acusar la inmovilidad, un escalofrío le recorrió la espalda.
Una tercera persona. Crujidos que hendían el frío aire de la noche. Con la piel de gallina, Allie advirtió que los pasos se dirigían hacia la furgoneta. Le sudaban las palmas de las manos.
Tranquila, se ordenó a sí misma. No te alteres. Decidió poner en práctica las técnicas respiratorias que Carter le había enseñado el verano anterior. Inspirar y espirar brevemente la ayudaba a mantener a raya los ataques de pánico.
Tres inhalaciones, dos exhalaciones. - ¿Dónde la has visto por última vez? Oyó una voz grave, amenazadora. Allie seguía respirando en silencio. - A dos calles de aquí -respondió el primero. Allie oyó el roce de la tela de una chaqueta cuando el primer hombre señaló el lugar indicado.
- Se habrá metido por una bocacalle o se habrá escondido en un jardín. Volvamos atrás. Miraremos detrás de los cubos de la basura. No es muy alta. A lo mejor se ha escondido -el recién llegado suspiró-. A Nathaniel no le va a hacer ninguna gracia enterarse de que la hemos perdido. Ya has oído lo que ha dicho. Hay que encontrarla.
- Es rapidísima -dijo el primer hombre. Parecía nervioso. - Sí, pero eso ya lo sabíamos. Ve por este lado de la calle. Yo iré por el otro. Los pasos se alejaron. Allie no movió ni un dedo hasta que dejó de oírlos por completo. Aun entonces contó hasta cincuenta antes de abandonar su escondite con mucha precaución. Una vez incorporada, se escondió entre dos coches y miró a ambos lados de la calle.
vez.
En circunstancias normales, le encantaba correr. Incluso en aquel momento de máximo peligro, sus pies adoptaron instintivamente un paso constante y ligero. Su respiración se adaptó al movimiento.
Por desgracia, las circunstancias no eran normales, ni mucho menos. Luchó contra el impulso de volverse a mirar. Si se caía y se hacía daño, corría el riesgo de que la descubrieran. Y no quería ni imaginar lo que pasaría en ese caso.
Corriendo en la oscuridad, tenía la sensación de que eran las casas las que se movían, y no ella. Era tarde; reinaba el silencio.
Los detectores de movimiento jugaban en su contra; si corría por la acera, las luces de los porches se encendían a su paso, cegándola y exponiéndola al mismo tiempo. De modo que Allie se mantenía en el centro de la calle, aunque la luz de las farolas apenas le bastaba para ver por dónde iba.
De repente, llegó a un cruce. Allie se detuvo jadeando y leyó las señales indicadoras.
Foxborough Road. ¿Qué ha dicho Isabelle? Se tocó la frente como para obligarse a recordar.
Ha dicho a la izquierda por Foxborough, concluyó al cabo de un momento. Luego a la derecha por High Street. Pero no estaba segura. Todo había sucedido muy deprisa.
En cuanto dobló a la izquierda, vio las luces brillantes de High Street y supo que estaba en el buen camino. Por otra parte, se preguntó hasta qué punto el tráfico que circulaba por la avenida la protegía. Ahora, cualquiera podía verla.
Sin reducir la marcha, giró a la derecha por High Street en busca del lugar que Isabelle le había indicado.
¡Allí! En la cafetería de comida rápida de la esquina Allie torció a la derecha y encontró el callejón donde debía esperar. Sin mirar atrás, se refugió entre las sombras de dos enormes contenedores de basura.
Apoyada contra la pared, recuperó el aliento. El cabello sudoroso le caía sobre los ojos y se le pegaba a la cara. Se lo echó hacia atrás con gesto distraído y frunció la nariz.
¿Qué diablos era aquel tufo?
No obstante, a medida que pasaban los minutos empezó a impacientarse. Aun allí, al amparo de la oscuridad, se sentía desprotegida. Podían descubrirla con facilidad.
Si yo estuviera buscando a alguien, este sería el primer lugar donde miraría, pensó. Con el ceño fruncido, se mordisqueó la uña del pulgar con gesto ausente hasta que un ruido le llamó la atención. Echó un vistazo y vio una caja de cartón que se movía sola. Al principio no entendió lo que estaba viendo. Cuando reaccionó, siguió con la mirada la caja, que avanzaba despacio hacia ella desde la otra punta del callejón. Solo cuando la caja llegó a una zona iluminada vio la cola fina y prensil que asomaba por detrás.
Allie se tapó la boca con la mano para no gritar. Se había escondido en un nido de ratas. Desesperada, miró a su alrededor, pero no tenía dónde meterse. Con el corazón a punto de estallar, veía cómo la caja se dirigía hacia ella en zigzag. Contuvo el impulso de echar a correr. Debía seguir escondida.
Cuando la caja-rata chocó contra su pie izquierdo, no pudo más; Allie salió volando como alma que lleva el diablo. Se detuvo unos metros más allá. Volvía a estar en la calle, sin la más remota idea de qué hacer.
En aquel momento, un coche negro y brillante frenó delante de ella. Antes de que Allie pudiera reaccionar, un hombre alto se apeó por la portezuela del conductor y se volvió a mirarla por encima del coche, todo en un mismo movimiento.
- ¡Allie! ¡Deprisa! ¡Sube al coche! Allie lo miró estupefacta. Isabelle había dicho que le enviaría ayuda, pero no había especificado: «Te mandaré a un hombre mayor en un coche pijo». El tipo se parecía demasiado a sus perseguidores: llevaba un traje muy elegante y el pelo cortado al rape.
Allie hizo un gesto despectivo con la barbilla. Ni en sueños me voy a subir a ese coche. Justo cuando se disponía a huir, dos figuras surgieron de entre la oscuridad de la avenida Foxborough. Se dirigían directamente hacia ella.
- Allie me llamo Raj Patel soy el padre de Rachel Isabelle me envía por favor sube al coche lo antes posible. Allie estaba paralizada. Rachel era una de sus mejores amigas; Isabelle, la
directora de la academia Cimmeria.
Si el hombre decía la verdad, estaría a salvo con él. Apenas tenía unos segundos para pensárselo. Allie buscó alguna pista que la ayudara a decidirse. Alguna indicación de que el hombre decía la verdad.
La mano tendida no temblaba. Y el tipo tenía los ojos de Rachel. - Si esos hombres te capturan, estás perdida, Allie -insistió él-. Por favor, sube al coche.
Sin que Allie supiera muy bien por qué, el tono de voz de aquel hombre la convenció de que podía confiar en él. Como si el otro acabara de pronunciar una fórmula mágica, Allie saltó hacia el coche, abrió como pudo la portezuela del pasajero y montó en el auto. Aún buscaba el cinturón de seguridad cuando el vehículo arrancó.
Para cuando encajó la hebilla, avanzaban a cien kilómetros por hora.
Jessi
"Un libro no es un conjunto de palabras impreso en papel, un libro es un mundo abierto a tu imaginación donde cada latir es un sueño".

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