Gracias a PLANETA, por este ejemplar.
«La teoría de los archipiélagos viene a decir que todos somos islas, llegamos solos a este mundo y nos vamos exactamente igual, pero necesitamos tener otras islas alrededor para sentirnos felices en medio de ese mar que une tanto como separa. Yo siempre he pensado que sería una isla pequeñita, de esas en las que hay tres palmeras, una playa, dos rocas y poco más; me he sentido invisible durante gran parte de mi vida. Pero entonces apareciste tú, que sin duda serías una isla volcánica llena de grutas y flores. Y es la primera vez que me pregunto si dos islas pueden tocarse en la profundidad del océano, aunque nadie sea capaz de verlo. Si eso existe, si entre los corales y sedimentos y lo que sea que nos ancla en medio del mar hay un punto de unión, sin duda somos tú y yo. Y, si no es así, estamos tan cerca que estoy convencido de poder llegar nadando hasta ti».
La teoría de los archipiélagos es una de esas joyitas que de vez en cuando nos regala Alice Kellen. Una historia cortita que llega a nosotros cargada de sentimientos. Si bien no ha sido la novela con la que más he conectado, tiene un encanto propio.
La historia comienza cuando Martín, un hombre mayor, decide regresar a un pueblecito de Valencia después de cuarenta años en busca de un amor. Del verdadero amor.
En 1980, el jefe de Martín le recomendó alejarse del ajetreo de Madrid y de su agobiante día a día para poder terminar su enciclopedia de botánica. En ese momento, el matrimonio de Martín no pasaba por su mejor racha y las obligaciones que conllevaba el tener dos niños y una esposa que no conectaba con él le impedían trabajar.
En ese pueblecito conocerá a Isaac, un chico al que todo el pueblo adora y que terminará convirtiéndose en su sueño de verano. Isaac tiene amplios conocimientos de plantas y le ayudará en su cometido, aunque también le mostrará lo verdaderamente importante en la vida. Le mostrará a apreciar los pequeños detalles, a vivir embriagado de emociones y a sentir el poder del amor más puro y sincero.
El problema es que Martín ya tiene una familia y que su estancia en ese pueblo es algo temporal. Por eso regresa casi cuarenta años después en busca de aquello que dejó atrás, de esos sentimientos que ha escondido durante tanto tiempo y que ansía volver a descubrir. Sin embargo, lo que encuentra a su vuelta será mucho más diferente de lo que recordaba.
La teoría de los archipiélagos se narra en dos líneas temporales, la inocencia que invita a descubrir y la dureza de haber dejado pasar la verdadera esencia de lo que eres. Sin duda, Alice lo muestra con la elegancia y delicadeza a la que nos tiene acostumbrados. Los sentimientos traspasan las páginas.
Me maravilla el modo en el que Martín narra su historia o, mejor dicho, sus historias. Porque Martín tiene dos historias y, aunque una de ellas, la más intensa y quizás la que más le pertenecía, la deja atrás sin el valor suficiente de lucha, no se arrepiente. No puede arrepentirse porque, aunque con su esposa no vibró con ese amor que es puro fuego, forjó algo: su familia.
Sin embargo, durante sus últimos años siente la necesidad de reconectar con esos sentimientos que un día surgieron en él y por fin se arma de valor para volver.
En esta novela veremos el paso de la vida. En cómo pasan los años y con ellos cambiamos, aunque nuestra esencia siempre seguirá intacta. Porque pese a la edad, a los seres que amamos, a nuestras prioridades, a los obstáculos, a la enfermedad… pese a todo, en esencia somos quienes somos.
No quisiera perder la oportunidad de hacer mención a la maravillosa edición en la que se presenta esta novela. Edición pequeñita, como de bolsillo, en tapa dura y repleta de ilustraciones a todo color. Una fantasía.
No terminé de conectar con los personajes, por lo que no me sentí dentro de la historia, pero fue una delicia leerla.
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