La niebla flotaba entre los árboles. La luna, que aún no estaba llena, tenía un halo amarillo, opaco pero resplandeciente. El anillo rojo que la rodeaba despedía un resplandor siniestro. Ese ciclo de la luna era muy peligroso, y más aún cuando una niebla espesa y pesada cubría el suelo unos centímetros, y serpenteaba por el bosque como si estuviera viva. Una niebla que amortiguaba los sonidos y adormecía los sentidos, lo que era una ventaja para las criaturas sombrías que acechaban a los incautos. Tatijana Dragonseeker, apellido que pertenecía al antiguo linaje de los cazadores de dragones, despertó bajo tierra rodeada de varias capas de barro oscuro y curativo. Su cuerpo yacía sobre un lecho de tierra rico en nutrientes y minerales. Permaneció quieta un largo rato, presa del pánico, oyendo palpitar su corazón, sintiéndose frágil, demasiado atrapada y expuesta. Tenía calor, mucho calor. Percibió los guardias que estaban en la superficie. La estaban cuidando, decían, y tal vez fuese cierto, pero había estado prisionera durante tanto tiempo, incluso había nacido en cautiverio, que no confiaba en nadie más que en su hermana Branislava, Bronnie, su único consuelo, que dormía plácidamente a su lado. Sus latidos aumentaron hasta tronar en sus oídos. No soportaba estar atrapada bajo tierra. Tenía que salir de ahí y liberarse. Sentirse libre. ¿Cómo sería eso? No sabía nada del mundo. Había pasado toda la vida en el interior de las cuevas de hielo, sin ver a nadie más que a aquellos que la torturaban e intentaban aterrorizarla. No conocía otra vida, pero eso ahora había cambiado ¿verdad? ¿No parecía acaso que Bronnie y ella habían cambiado una aterradora prisión por una jaula de seda? Si era así, sus guardianes habían cometido el gran error de dejarlas metidas bajo tierra para que se recuperasen. Ella apenas
sabía lo que era estar en su verdadero cuerpo. Había pasado siglos transformada en una dragona, y los de esa especie podían moverse a través de la tierra con bastante facilidad. Bronnie, susurró en la mente de su hermana. Sé que necesitas dormir. Voy a seguir explorando nuestro nuevo mundo y regresaré con nuevas informaciones al amanecer. Branislava se mostró inquieta en su mente, y quiso protestar como ocurría cada vez que Tatijana le decía que se iba. Necesito hacerlo. Iré contigo, contestó Bronnie con una voz que sonaba lejana, a pesar de estar en la propia mente de Tatijana. Tatijana sabía que Branislava se obligaría a levantarse a pesar de no estar totalmente recuperada interiormente, que era lo que ambas necesitaban sanar. Habían estado siempre la una al lado de la otra, y habían pasado juntas las peores situaciones. De hecho, nunca las habían separado, ni siquiera cuando estuvieron atrapadas en el hielo, donde solo podían mirarse. Pero siempre les quedaba la comunicación telepática. Esta vez no, Bronnie, necesito hacer esto por mí misma. Le habló en susurros como hacía en aquellas ocasiones en las que se despertaba para explorar el nuevo mundo que las rodeaba, y siempre le aseguraba que tendría mucho cuidado. Nadie las volvería a encarcelar. Cada amanecer hacía ese sencillo voto. Cada noche que pasaba se iba haciendo más fuerte. Una sensación de poder recorrió su cuerpo, acompañada de una gran confianza en sí misma. Tenía la determinación de que iban a conseguir valerse por ellas mismas, y nunca más iban a volver a estar bajo la autoridad de nadie. Tatijana no sabía cómo decir a su hermana que no quería vivir bajo las reglas de otra persona. Eran carpatianas. Cazadoras de dragones. Eso significaba algo importante para el príncipe de los carpatianos y todos los demás. Los hombres hacían cola con la esperanza de poder reclamar como compañera a Bronnie, o a ella misma. Pero no podía vivir bajo las reglas de otro. Sencillamente no podía. No quería que nadie volviese a decirle lo que tenía que hacer, aunque fuera por su propio bien. Quería levantarse cuando quisiese, y explorar su nuevo mundo a su manera. Tatijana estaba decidida a encontrar su propio camino, a aprender a desenvolverse y a cometer sus propios errores. Bronnie era siempre la voz de la razón. La protegía a ella de su naturaleza impulsiva, pero no más que eso. Por mucho que quisiera a Branislava, salir era algo que necesitaba hacer. Transmitió a su hermana amor, calidez y la promesa de que regresaría al amanecer. Transformar su apariencia en la de una dragona azul era fácil. Era la que había tenido durante siglos, y esa estructura y forma corporal le eran más familiares que su propio cuerpo. Se enterró más profundamente, y se adentró en la tierra en lugar de salir a la superficie donde sus guardianes podían verla. Ya había excavado un túnel compacto, y pudo avanzar rápidamente a través de él. Había decidido salir varios kilómetros más allá de su lugar de descanso para garantizar la seguridad de Branislava, y evitar que los guardianes supieran que se
había levantado temprano. La dragona azul se movía por el túnel como un topo, cavaba cuando era necesario y compactaba la tierra que se colapsaba a medida que se dirigía a toda velocidad hacia su objetivo. Tatijana emergió en un bosque muy denso. Examinó la superficie que tenía por encima antes de que la dragona azul asomara su cabeza en forma de cuña por la salida oculta. Apareció en medio de una espesa niebla gris. Los árboles parecían espantapájaros gigantes y deformes que se balanceaban suavemente como si fueran monstruos. Ella había conocido monstruos reales, así que el denso bosque cubierto de un velo gris no la alarmaba en absoluto. La libertad era algo increíble. Sus ojos estaban enormemente sensibles, pero aparte de eso, el mundo le parecía suyo, y gracias a la niebla que cubría el entorno por completo, ni siquiera le picaban. Entonces volvió a su verdadera forma física ya vestida con ropa moderna. Llevaba unos pantalones de algodón suave que le permitían mucha libertad de movimiento. Y había elegido una blusa que había visto en una mujer del pueblo hacía un par de noches. Había seguido a la mujer para estudiar su estilo de ropa y poder reproducirlo a voluntad. Todo le parecía extraño, pero eso era parte de la emoción del descubrimiento. Quería un aprendizaje táctil, no solo extraer información de la mente de los demás. Emprendió camino a través del bosque, disfrutando de la niebla que le envolvía las piernas y hacía que se sintiera como si estuviera caminando entre las nubes. Recordó en el último momento añadir zapatos, algo que todavía era muy incómodo para ella. Sentía que la hacían más pesada, y que eran un objeto extraño para su cuerpo. El viento corría a través de los árboles, sacudía las hojas y arremolinaba la neblina alrededor de sus troncos. La niebla comenzó a levantarse del suelo a medida que avanzaba hacia la única luz que podía ver en el extremo del bosque. Oyó la música que salía del lugar, la seducía y atraía, pero esta vez sabía que no solo iba a escuchar esas bellas notas. Normalmente elegía un lugar diferente cada noche para obtener más información que compartir con su hermana. Pero ahora, cada vez que salía a la superficie, este sitio la llamaba. Sentía algo tan fuerte que casi parecía una obsesión. Se había resistido durante unos días, pero no había podido contenerse otra noche más. Se acercó al establecimiento. Las ventanas estaban iluminadas con el mismo resplandor amarillo, y eran como dos ojos que la miraban a través de la espesa niebla. Un escalofrío recorrió su espalda, pero siguió caminando hacia ese lugar. La Taberna del Jabalí Salvaje se encontraba justo al borde del bosque, y estaba rodeada por tres lados por una densa maleza y árboles, que daban suficiente cobertura a cualquiera que necesitara ocultarse rápidamente. Proporcionaba cobijo y camaradería, así como salidas fáciles si algún agente de la ley se aventuraba a llegar por allí. La taberna también ofrecía a los clientes habituales un espacio cómodo junto al fuego, comida caliente y mucho para beber. La gente era ruda, no era un lugar para tímidos, e incluso los agentes de la ley generalmente evitaban el lugar. Nadie hacía preguntas y todos se encargaban de no ser testigos de nada. Fenris Dalka iba a la taberna casi cada noche, pero ¿por qué se sentía como un idiota sentado en el bar fingiendo tomarse una cerveza como solía hacer? Resopló y mantuvo la mirada fija al frente, pues usaba el espejo para controlar la puerta. Desde su punto de observación podía ver cada esquina de la taberna, así como la entrada. Hacía un tiempo que había localizado el sitio perfecto para sentarse, y ahora si alguien le había quitado el puesto, se ponía frente a esa persona, y la miraba fijamente hasta que se levantaba y le devolvía su lugar. Fen sabía que intimidaba, y usaba su aspecto rudo y peligroso en beneficio propio. Era bastante alto, pero lo que más impresionaba a la gente eran sus hombros anchos, su pecho robusto, sus brazos musculosos, su barba sin afeitar, y esos penetrantes ojos color azul glaciar con los que atravesaba el alma de aquellos que miraba. Era raro que quisiese hablar, y él lo prefería así. Los clientes lo conocían y sabían que era mejor no meterse con él. Sonaba una música de fondo y ocasionalmente se oía una risa, pero la mayor parte de los parroquianos hablaba en susurros. Solo el camarero le dirigía la palabra cuando llegaba. Algunos de los presentes levantaban la mano, o asentían con la cabeza, a modo de saludo, pero la mayoría evitaba su mirada. Era casi tan peligroso como parecía ser. Era un hombre sin amigos que estaba siempre detrás de algo, o siendo perseguido, y solamente confiaba en su hermano. Era incluso más despiadado de lo que se rumoreaba. Tenía el pelo largo y abundante de un tono inequívocamente plateado salpicado de mechones negros, que caía formando ondas por su espalda. Casi siempre lo llevaba sujeto en la nuca con un cordón de cuero para que no se le cayera sobre los ojos. Tenía las manos grandes, y sus nudillos estaban llenos de cicatrices. También las tenía en la cara, una cerca de un ojo, y otra le recorría la mitad de su rostro. Tenía otras muchas cicatrices en el cuerpo. Había pasado siglos defendiéndose, y llevaba cada batalla, y cada victoria, marcada en los huesos. Escuchaba fácilmente las conversaciones en susurros gracias a su agudo oído, lo que le permitía obtener una enorme cantidad de información.
Pero esta noche era diferente. Él no estaba aquí para obtener más información… se sentía atraído… impelido por algo totalmente diferente esta vez. Estaba incómodo, jugaba con su jarra de cerveza, movía los dedos sobre el asa, la agarraba con fuerza y se tenía que obligar a detenerse para no romper el cristal. No era un hombre que cediera a la voluntad de otro. No confiaba en nada que no pudiera entender, y no comprendía la urgente necesidad que hacía que noche tras noche volviera expectante a ese lugar. Era una taberna para gente fuera de la ley. Un lugar para encuentros clandestinos. Su hermano y él la habían descubierto la primera vez que había regresado a los Montes Cárpatos. Necesitaban encontrar un lugar seguro donde pudieran pasar un rato juntos y hablar sin que los viera nadie que los conociera. Quería estar totalmente seguro de que su hermano menor fuera a estar a salvo. Nadie podía saber que eran familiar. Nadie debía asociarlos jamás, o en caso contrario estaría arriesgando la vida de su hermano, y eso era algo que no estaba dispuesto a hacer. Habían pasado tantos años que todo el mundo lo había olvidado, o pensaba que ya estaba muerto, y para proteger a su hermano tenía que mantener esa mentira. Conocía cada rostro de la taberna. La mayoría la frecuentaba desde antes que él. El cliente más reciente era el más sospechoso. Había llegado a la zona solo unas semanas antes. Era fornido y tenía complexión de cazador, o de leñador, pero se vestía de manera más refinada. No era alguien a quien tomarse a la ligera. Sin duda alguna iba armado. Se hacía llamar Zev, y claramente era nuevo en la zona. No había revelado a qué se dedicaba, pero Fen hubiese apostado hasta su último dólar a que estaba persiguiendo a alguien. No parecía ser un agente de la ley, pero era evidente que estaba a la caza de alguien. Esperaba que no se tratase de él, pero en el caso de que lo fuera, no se le escapaban las ocasiones de estudiarlo, su manera de moverse, qué mano usaba mejor, o dónde llevaba las armas. Zev tenía el cabello más largo de lo habitual, igual que él. Era de color castaño oscuro y muy grueso, como si fuera el pelaje de un animal. Sus ojos grises estaban siempre vigilantes, inquietos y en movimiento, pero el resto de su cuerpo permanecía casi inmóvil. A Fen le llamaba la atención que nadie en el bar lo hubiera desafiado aún. El viento sopló con más fuerza y corrió entre los árboles juguetón y caprichoso, haciendo que sus ramas crujieran y se rozaran contra los laterales ,de la taberna. Era una especie de aviso de peligro para aquellos que pudieran leer la información que transmitía el aire. Fen soltó el aliento y miró por la ventana hacia la oscuridad del bosque. La niebla serpenteaba entre los árboles, y se extendía como si fuera unos dedos codiciosos que se movían sinuosamente, encerrando el bosque en un espeso velo gris. Debía marcharse ahora. Solo quedaban cinco días para la luna llena, lo que le daba dos días para encontrar un lugar seguro donde escapar de la amenaza que se cernía sobre él. Los tres días previos, el de la
luna llena, y los tres posteriores, eran los más peligrosos. Aun así no se movió del taburete de la barra, a pesar de que su sentido de autoconservación se lo estaba pidiendo a gritos. Tenía cada vello de su cuerpo erizado en señal de alarma. Parecían antenas que percibían los más mínimos detalles Manchó el vaso con unas gotas de sudor frío y volvió a mirar al espejo una vez más. No podía ver toda la gama del espectro de colores, pero cuanto más tenue fuera la luz, más tonos grises distinguía. No conseguía diferenciar entre el amarillo, el verde o el naranja. Todos esos colores le parecían amarillo opaco. Veía el rojo como un marrón grisáceo o negro, pero podía detectar el azul. Su incapacidad para distinguir los colores quedaba de sobra compensada por su agudo oído, su olfato y su vista de largo
alcance. Su aroma le llegó en cuanto ella abrió la puerta. Una mujer. La mujer. ¿Era el cebo para atraparlo? Si era así, había picado. Ese olor tan personal a tierra fresca, a bosque, a miel silvestre, a lugares secretos oscuros y a la noche misma, lo cautivó como ningún perfume caro jamás podría hacerlo. Ella había estado entrando y saliendo de la taberna durante la última semana. Tres visitas, y sin embargo, ya había caído por completo bajo su hechizo. Lo había capturado sin esfuerzo, sin hacer nada más que entrar en ese lugar. Nunca había visto a una mujer tan hermosa o atractiva. En el momento en que hizo su aparición, literalmente detuvo todas las conversaciones, pero ella no pareció darse cuenta. Y ese era el problema. Era demasiado joven e ingenua, y se veía demasiado inocente como para ir sin compañía a un lugar como ese. Fen había escuchado los cuchicheos de algunos hombres, y sabía que corría bastantes riesgos estando ahí. Las dos camareras la miraron, conscientes de que en el momento en que había entrado, ellas habían perdido la atención de los hombres. Una vez más, la mujer parecía completamente ajena a este hecho. Caminó con confianza, y parecía no prestar atención a los depredadores que la rodeaban. Sin lugar a dudas eso es lo que eran. La única razón por la que no había sido atacada hasta ese momento era porque él había dejado muy claro que estaba bajo su protección. Cuando un hombre comenzó a acercarse a ella, Fen se levantó. Eso fue todo. Simplemente se puso en pie. El hombre desistió al instante, y nadie más se atrevió a acercarse, pero era solo cuestión de tiempo. Por lo que había escuchado, tres conspiradores planeaban seguirla cuando saliera de la taberna y él no estuviera cerca para protegerla. Bueno, eso no era del todo justo. Eran dos conspiradores y un amigo que intentaba hacerles entrar en razón. Podría haberles dicho que no apostaran por ese plan, y que era mejor idea escuchar a su amigo, pero no se molestó en hacerlo. Giró los hombros lentamente, abrió y cerró los puños, estiró los dedos y se miró las manos. Podían ser armas mortales. Necesitaba ejercitarlas. La observó en el espejo. La había visto probar alguna bebida cada vez que había venido, que obviamente había visto consumir a alguien, pero siempre ponía una cara horrible y escupía el licor en el vaso. Luego sacudía la cabeza y se alejaba de la barra hacia la pequeña zona donde podía bailar. Parecía ignorar a los que la rodeaban y se perdía en la música. Estaba seguro de que solo venía a la taberna porque le encantaba la música. Nunca hablaba, ni siquiera con el camarero, y Fen se preguntaba si podía hablar o no. Tenía la piel blanca como porcelana, como si nunca hubiera visto el sol. Su cabello era hermoso, y le llegaba hasta muy por debajo de la cintura. Era lo suficiente largo como para que pudiera sentarse sobre él, como si nunca se lo hubiera cortado en su vida. Lo llevaba sujeto con un moño trenzado que era tan grueso como la muñeca de Fen. La sedosa cascada de pelo era de un color que no podía definir del todo, pero cuando la luz lo iluminaba directamente parecía cambiar, aunque podría ser por su forma de percibir los colores. Los ojos de la mujer lo vieron. Él no podía dejar de mirarlos. Mientras ella bailaba, de pronto había levantado las pestañas, y se había encontrado con su mirada en el espejo. El corazón casi se le paró, pero enseguida comenzó a latir con mucha fuerza. Las mujeres no provocaban ese efecto en él. No se le secaba la boca. No le dolía la mandíbula y no se le afilaban los colmillos. Él siempre, siempre, mantenía el control. Y sin embargo… un sonido atronador rugió en sus oídos, respiró hondo y tuvo que recurrir a sus siglos de autodisciplina. Con el tiempo las emociones se le habían apagado hasta finalmente desaparecer. Lo poco que sentía, lo hacía cuando estaba en la forma de su otro ser, no en esa. A veces se le olvidaba lo que era estar en el cuerpo que tenía ahora. Sin embargo, en esos momentos, cuando la miró a los ojos, se dio cuenta de que no podía apartar la mirada. Lo hipnotizaba. Lo cautivaba. No se fiaba de ella. No confiaba en la reacción tan poco conocida que le había provocado. Una ráfaga de viento golpeó la taberna con mucha fuerza, y sopló a lo largo del cañón de la chimenea haciendo que se levantaran chispas. Un tronco rodó desde la parrilla de hierro hacia la abertura, donde se detuvo abruptamente. Las llamas saltaron y bailaron, y las grietas de su interior brillaron intensamente. Fen giró la cabeza hacia la ventana. La espesa niebla se estaba extendiendo desde el bosque, y parecía que tenía filamentos grises que iban envolviendo la taberna y atrapaban todo el edificio dentro de una resplandeciente telaraña gigante. La mujer dejó de bailar, y nuevamente captó su atención. Se había quedado mirando el fuego como si estuviera tan fascinada por las llamas como él estaba con ella. Cuando se acercó a la chimenea, Fen se dio cuenta de que mientras la miraba atentamente en el espejo, no dejaba de fruncir el ceño. Los ojos de la mujer reflejaban las llamas saltarinas, y parecía como si sus pupilas fueran multifaceteadas, como si le hubieran hecho los cortes que se hacen a un diamante. Dio un paso más y quedó demasiado cerca del fuego. La chimenea estaba abierta. Las montañas de brasas brillaban, y las llamas saltaban con avidez. Fen se deslizó del taburete. De pronto a mujer extendió lentamente la mano hacia las llamas. La trayectoria que llevaba iba a hacer que su palma quedara en medio del fuego. Pero Fen se movió a una velocidad asombrosa, apareció tras ella, la rodeó con el brazo y le cogió la muñeca para alejarle la mano de las llamas antes de que le quemaran su suave piel. Por un instante ella se puso tensa como si fuera a rechazarlo. Pero él sintió un roce, un toque muy ligero en su mente que lo sorprendió. ¿Quién era ella? ¿Qué es lo que era? Fen levantó sus barreras sin esfuerzo y siguió tocándola suavemente, cuidándose de no manifestarle ningún tipo de amenaza. Ella se relajó y él inhaló su aroma cerca de su hombro. La gruesa trenza de cabello sedoso lo había rozado dejándolo inundado con su fragancia femenina. Arrastró el olor hasta lo más profundo de sus pulmones. Olía a pecado, a sexo. Como el paraíso y como todo lo que nunca tuvo, ni jamás tendría.
—Está caliente. El fuego te quemará —dijo suavemente, asegurándose de que nadie más en la taberna lo pudiera escuchar. Se dio cuenta de que ella era inteligente, pero le había ocurrido algo, y evidentemente había cosas
que nunca había experimentado y no sabía cómo eran. ¿Amnesia? ¿Trauma? No había otra explicación. Todo el mundo conocía el fuego, y que ella no lo conociera la hacía más vulnerable. Ella giró la cabeza muy lento para mirarlo por encima del hombro, y frunció el ceño ligeramente con expresión de asombro. Tan de cerca parecía etérea, misteriosa y su piel suave como la seda invitaba a ser tocada. Nunca en su vida se había sentido tan atraído por otro ser—. Te quemarás —le explicó con paciencia—. Podría ser extremadamente doloroso.
Ella continuó mirándolo confundida. Él intentó repetir la advertencia en varios idiomas. Pero ella solo lo miraba. Estaban comenzando a llamar mucho la atención. Cada vez que se movía alguien en la taberna la miraba, pero Fen no quería que nadie pensara que era una presa fácil solo porque desconociera las necesidades más básicas, como el fuego. Finalmente, no le quedó otra opción. Hizo que la mujer bajara el brazo, dio un paso a su alrededor y extendió una mano con la palma hacia abajo hacia las llamas. Lo observó. Sus ojos se iban abriendo a medida que le fueron apareciendo ampollas en la piel que desprendían un fuerte olor a carne quemada. Entonces ella le agarró el brazo e hizo que retirara la mano del fuego.
—¿Entiendes? —preguntó, mostrándole el daño que se había hecho. Ella le dio vuelta la mano y la cubrió con su palma sin apenas tocarlo, pero aun así él sintió su energía vibrando a través de la piel. Una sensación de frescor calmó sus ampollas. Después ella se llevó la palma de la mano de Fen hacia la boca, y él se quedó sin aliento, con el aire atrapado en los pulmones. No pudo moverse ni hablar cuando vio que inclinaba la cabeza hacia su mano. Le tocó las ampollas con la lengua, ligeramente, apenas rozándolo, como si fuera una lenta pincelada que hizo que su mano temblara y se le debilitaran las rodillas. Peor aún, su cuerpo reaccionó con una veloz oleada de sangre caliente que se le acumuló en una zona que le hacía exigencias morbosas. Entonces le soltó la mano lentamente, como si no quisiera hacerlo. Él se inspeccionó la palma de la mano, sintiendo aún ese frescor calmante. Parecía como si le hubiese puesto un gel cicatrizante sobre las ampollas, que ya habían desaparecido por completo. Tampoco le dolía la mano, y ni
siquiera estaba roja. Fen inspiró profundamente. Sabía lo que era esa mujer. Ninguna otra especie podría curar con su saliva tan fácilmente. Tenía que ser carpatiana, una raza de seres que consideraban que su hogar estaba en los Montes Cárpatos. Pocos sabían de su existencia. Frunció el ceño intentando hacer que su cerebro aceptase la idea. A decir verdad, no tenía ningún sentido. Dudaba que una mujer carpatiana fuese a una taberna sola, sobre todo a un lugar tan rudo como el Jabalí Salvaje. No solo debería conocer el fuego, sino que estaría bien instruida en todos los aspectos. Nadie vivía tanto tiempo como los carpatianos sin adquirir una gran cantidad de conocimientos a lo largo
del camino. ¿Qué le había pasado? Y ¿por qué no iba acompañada? Sintió el peso de una mirada y se encontró con los ojos de Zev. Estaba observando a la mujer. Instintivamente Fen giró su cuerpo ligeramente impidiéndole que la viera. Ella observó su cara, se asomó detrás de uno de sus anchos hombros para mirar a Zev, y enseguida volvió a esconderse detrás de Fen.
—No estás segura aquí —le dijo Fen reacio a admitirlo—. Esta gente es peligrosa.
Ella le sonrió. Una sonrisa. El corazón le dio un salto. Se le apretó el estómago y sintió el calor de la sangre que circulaba por sus venas. Tenía los dientes blancos, y los labios carnosos y rojos, un perfecto objeto de fantasías. Inspiró, sabiendo que era un error hacer que su aroma entrara en sus pulmones. Inspiró profundamente para retener su olor, y lo paladeó a pesar de que se le retorcieron las entrañas, hasta que tuvo la certeza de que la volvería a encontrar. Le levantó la barbilla para que ella pudiera mirarle la boca.
—Zev es un tipo particularmente peligroso —gesticuló las palabras más que pronunciarlas por temor a que él tuviera un oído tan extraordinario como el suyo—. Los otros también lo son, pero no tanto como él ¿Entiendes?
Tatijana asintió con la cabeza. Por supuesto que comprendía, pero estaba más preocupada por el efecto que le había provocado su roce que por su advertencia. Sin duda alguna se sentía atraída por este hombre. Se llamaba Fen. Le pareció que era humano cuando entró en su mente para hacer un ligero contacto, igual que el resto de la gente en la taberna, y sin embargo la desconcertaba. Se había movido a una velocidad cegadora. Una velocidad sobrenatural. ¿Cómo podía ser humano y moverse a la velocidad de un carpatiano? Era más, no había sentido que le precediera energía alguna, y eso era algo que debía haber sentido. Era mucho más musculoso que la mayor parte de los carpatianos, pero su altura era similar. Tenía los ojos diferentes. Ella había pasado una buena cantidad de tiempo estudiándolo en secreto mientras él estaba sentado en la barra mirando su bebida. No se la bebía, aunque después de un rato el líquido desaparecía. No entendía aún como conseguía hacer tal proeza, pero sabía que ella también quería aprender a hacerlo. ¿Por qué había señalado a Zev, en particular, como peligroso? Parecía ser igual a cualquier otro humano de los que estaban en la taberna.
—¿Por qué Zev?
Ella era experta en la lectura de labios. Había aprendido hacía mucho tiempo. Cuando era una niña y estaba encerrada en el hielo, había visto la crueldad de su padre mientras sacrificaba animales y seres humanos sin distinción. Nadie estaba a salvo. Magos, carpatianos, jaguares, licántropos, ninguna especie se salvaba. Ni siquiera los muertos se libraban de Xavier. Gesticuló la pregunta a Fen, asegurándose de que ningún sonido se escapara de su boca, por si acaso el hombre fuese carpatiano. Se sentía inexplicablemente atraída por él, y sin duda se había convertido en un interrogante en su mente, por lo que no estaba dispuesta a correr ningún riesgo. No estaba preparada para que ningún hombre la reclamara. Necesitaba tiempo para sí misma. Le habían contado todo acerca de los compañeros, y de cómo un hombre podía hacerse cargo de su vida, incluso sin su consentimiento. Eso no podía sucederle. A ella no. Ahora no. Por primera vez en su existencia estaba disfrutando de la vida. El camino del descubrimiento era emocionante. Se sentía tan llena de vitalidad que no quería que nada ni nadie la privaran de ese sentimiento. A decir verdad, no estaba del todo segura de poder tener una relación con nadie, que al menos fuera sana. Eso requeriría confianza, y simplemente carecía de ella. Solamente se fiaba de Branislava, su única aliada. Habían estado juntas tanto tiempo que le costaba pensar en permanecer separadas, aunque también sabía que necesitaba desesperadamente estar a solas como en esos momentos. ¿Cómo podía saber quién era y lo que le gustaba si nunca se tomaba tiempo para averiguarlo?
—Solo lo sé —articuló Fen en respuesta y levantó una mano para colocarle un mechón de pelo detrás de la oreja. Ella se quedó sin aliento. Su tacto le provocó una sensación extraña en todo el cuerpo y eso le resultaba alarmante. Dio un paso atrás incapaz de apartar la mirada de él. El sonido de un lobo aullando en la distancia hizo que giraran la cara hacia la ventana. Por el rabillo de ojo vio que Zev se volvía hacia el aullido. Fen percibió también el movimiento. Pero ella observó que nadie más había oído el escalofriante sonido. No se trataba de un lobo aullando a la luna, sino del llamado a la manada para salir de caza. Al menos tres más contestaron, aún más lejos, pero no parecían la manada que había en la zona. Sonaban agresivos e impacientes, como si ya tuvieran una presa a la vista. Más aún, a sus oídos sonaban raros, como si fueran unos lobos extraños. Su mirada saltó a la cara de Fen. Estaba muy quieto. Inmóvil. Su expresión no había cambiado, pero sintió una diferencia en él. Parecía relajado, pero ella se dio cuenta de que estaba tenso y preparado para luchar.
—Me tengo que ir —le gesticuló con la boca, dio otro paso atrás y volvió su atención hacia ella al instante. Frunció el ceño y miró nuevamente por la ventana—. Te voy a acompañar.
Esta vez lo dijo en voz alta. Varias cabezas en la taberna se giraron hacia ellos. Dos de los hombres fruncieron el ceño. Eran los mismos que habían estado confabulando entre susurros para seguirla. Era evidente que su amigo no había logrado convencerlos, aunque todavía parecía estar discutiendo con ellos. Tatijana había esperado que esto sucediera tarde o temprano. Lo único que tenía que hacer era desvanecerse en la niebla y desaparecer. Los hombres nunca sabrían lo que le había ocurrido. Tenía plena confianza en que pasara lo que pasara siempre se podría librar de cualquier ataque. Sabía que Fen había anunciado su intención de acompañarla para asegurarse de que fuera a estar a salvo de los hombres de la taberna, y tal vez de quien estuviera afuera. Su primer impulso, de autoconservación, exigía que declinara su oferta. Pero estaba esa compulsión que la impelía a querer estar con él sin razón aparente. Se arriesgó y exploró su mente una segunda vez. Parecía un hombre común… Tal vez era la contradictoria intriga que él representaba, o tal vez simplemente que la atraía como un imán, pero finalmente asintió con la cabeza para comunicarle que dejaría que la acompañara un rato. En cualquier caso, sabía que podía protegerlo si había problemas. Zev se apartó de la barra, se abrochó el abrigo y salió sin siquiera mirar hacia donde estaban ellos. Como si las palabras de Fen hubieran sido una señal, los tres hombres se apiñaron para cuchichear sus confabulaciones, se levantaron, se pusieron sus abrigos y sombreros, y también salieron de la taberna. Uno de ellos miró con cierto nerviosismo a Fen mientras los otros dos miraban de reojo a Tatijana. Entonces el corazón de ella sufrió un vuelco. Era evidente que estaba poniendo en peligro a Fen al acceder a que la acompañara. Abrió la boca para decirle que se iría sola, pero él la tomó de la mano y la llevó hacia la puerta. En el momento en que el calor de su mano se cerró en torno a la de ella, su corazón pegó una sacudida y un millón de mariposas revolotearon en su estómago. Su mano era mucho más grande que la suya, y la envolvía por completo. Eso hacía que se sintiera femenina y muy mujer, un concepto totalmente nuevo para ella. No quería que esa increíble sensación desapareciera. En cualquier caso, estaba segura de que podría proteger a Fen sin que él se diera cuenta de lo que ella era. Si era necesario le podía borrar cualquier mal recuerdo. Ella también necesitaba alimentarse. No era tan difícil convencerse de que tenía muy buenas razones para dejar que Fen caminara con ella por el bosque.
—¿Dónde está tu abrigo? —preguntó Fen. Un abrigo. Todo el mundo llevaba un abrigo. Los carpatianos regulaban su temperatura. Ella no sentía calor ni frío, y por eso no sentía las llamas, pero los de su especie siempre hacían lo imposible para encajar entre los seres humanos. Esa era una de las principales reglas que regía su sociedad. Nadie podía saber de su existencia. Antes de que Bronnie y ella hubieran sido puestas bajo tierra para sanarse, les habían inculcado fuertemente ese principio. Se había olvidado del abrigo. Miró hacia los toscos percheros que había en la puerta, donde muchos de los clientes colgaban sus cazadoras y sombreros. De repente apareció entre ellos un largo abrigo con capucha. Rápidamente echó un vistazo al espejo, agradecida de que nadie pareciera haberse dado cuenta. Le indicó la prenda con un pequeño movimiento de la barbilla. Fen no había dado ninguna señal de estar sorprendido. Simplemente cogió el largo abrigo del perchero y lo mantuvo levantado. Ella vaciló, sin saber qué se suponía que debía hacer. Fen se acercó, hizo que deslizara su brazo por una manga, y le sujetó el abrigo sobre la
espalda. Esperó pacientemente a que ella metiera su otro brazo en la otra manga. Después hizo que se diera la vuelta para abrocharle los botones. Mientras deslizaba cada botón en su presilla, ella contuvo la respiración y le miró la cara. Era guapo. Aunque tenía cicatrices y era muy rudo, y totalmente masculino, le parecía muy guapo. Memorizó su estructura ósea, la forma de su nariz, el corte de su boca y su fuerte mandíbula. Quería recordarlo durante toda la vida, y conservar este momento. Podía no volver a tener un momento, o una sensación así, y esto era algo que necesitaba saborear. Fen alargó su brazo alrededor de ella y abrió la puerta. Una ráfaga de aire frío se precipitó hacia la taberna. Ella levantó la barbilla para respirar,el aire de la noche y hacer que el viento le trajera información. Fen respiró hondo y salió justo por delante de ella manteniendo la posesión de su mano. Su cuerpo bloqueó parcialmente el de ella para protegerla de los elementos mientras echaba una cautelosa mirada a su alrededor. La niebla gris se arremolinaba y daba vueltas. Impedía que el bosque se viera desde la taberna. Pero los árboles se alzaban misteriosamente por encima de la niebla más densa, todavía ocultos y un poco deformes. Sus copas parecían estar suspendidas en el aire.
—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Fen.
Tatijana señaló a su izquierda, hacia el bosque. Los lobos se habían quedado en silencio y esperaba que todavía estuvieran a una gran distancia. Fen tiró de su mano para acercarla a él, y se pusieron en marcha. Ella percibió el olor de Zev, que era un intenso aroma a bosque antiguo, que también se adhería a Fen. Le gustó bastante. Era el aroma que producía en libertad, algo que ella anhelaba más que nada en el mundo. El olor de la noche también podía percibirse en aquella tentadora fragancia, una oscura y fría medianoche azulada, con estrellas en el cielo y una redonda luna llena. Aquel escurridizo aroma evocaba todo lo que había llegado a amar en el poco tiempo que había transcurrido desde que había sido liberada de su prisión. Más aún, quería estar cerca de Fen solo para inhalarlo, para llevarlo profundamente hasta sus pulmones, y así no poder olvidarlo nunca.
—Dime tu nombre. Soy Fen. Fenris Dalka. —No se detuvo y continuó adentrándose en el bosque con absoluta confianza. Parecía ser un hombre que no tenía miedos. Ella lo observó. Lo estudió cuidadosamente e hizo
una exploración más, solo para estar segura de que estaba a salvo con él. Abrió la boca para decírselo, pero no pudo. Algo se lo impidió. Sentía un deseo demasiado fuerte de estar con él. Tal vez todo era nuevo para ella, pero la fuerte atracción que se produce entre un hombre y una mujer era algo que nunca le había sucedido. No se había sentido en absoluto atraída por nadie más en la taberna, ni siquiera la menor chispa. Sacudió la cabeza y le sonrió. Fen esbozó otra sonrisa—. Sabes que el misterio resulta muy intrigante en una mujer ¿verdad? Eso me enamoraría por completo. Sé leer los labios —añadió.
Ella quería que él supiera su nombre.
—Tatijana —gesticuló exagerando cada sílaba para que le resultara más
fácil, pero Fen lo captó a la primera.
—Tatijana es un bonito nombre. ¿Vives por aquí cerca?
Ella se encogió de hombros, feliz de estar simplemente caminando a su lado. Su cuerpo expedía un calor inesperado y se permitió a sí misma disfrutar de él. Necesitaba sentir cada momento con él. Sabía que debía soltarle
la mano. No lo conocía. Tampoco conocía cuál era el comportamiento adecuado entre un hombre y una mujer, pero aunque solo fuera por ese momento, por primera vez en su vida se sentía normal. Real. No era una carpatiana. No era una cazadora de dragones. No era la hija de un mago. Sencillamente era una mujer disfrutando de la compañía de un hombre.
—Viví aquí hace mucho tiempo —prosiguió Fen—. He vuelto por una temporada, pero debo marcharme otra vez. —Miró a su alrededor las oscuras formas de los árboles que surgían entre la niebla—. Había olvidado lo hermoso que es esto. Tatijana siguió en silencio pero estaba de acuerdo. Quería bailar de felicidad allí mismo en lo más profundo del bosque. Algo tan sencillo como caminar entre los árboles por la noche la inundaba de alegría, y Fen era un regalo añadido. Asintió con la cabeza sintiéndose un poco tonta por no hablar en voz alta. Tal vez él pensaba que no podía hacerlo. Ni siquiera le importaba si eso significaba que estaba sintiendo lástima por ella, aunque, cuando revisó los pensamientos del hombre, no encontró lástima. Encontró… atracción.
—¿Has vivido aquí mucho tiempo? —le preguntó.
Ella lo miró a la cara. No la estaba mirando, a pesar de que su tono había hecho que se sintiera la persona más importante del mundo, y él quería una respuesta. Su vista estaba inquieta, en constante movimiento. Se fijaba en las ramas de los árboles y en el suelo, como si intentara perforar con su vista el pesado velo de niebla. ¿Se había perdido algo? ¿Alguna advertencia? Lanzó una mirada cautelosa a su alrededor, proyectó sus sentidos y observó todo muy atentamente para tratar de detectar una amenaza. Justo delante y ligeramente hacia la izquierda, estaban ocultos entre los árboles los tres hombres que habían salido del bar después de Zev. Ella suspiró. Por supuesto. Sabía que
intentarían atraparla. Había permitido ser llevada a un mundo mágico sin amenazas. Pero todo, y todos aquellos que podrían amenazarla le parecían triviales en comparación con Xavier. Tocó el brazo de Fen.
—Me tengo que ir —dijo gesticulando con la boca—. Ya puedes regresar.
No quería implicarlo. No estaba segura de que fuera un ser humano, pero en el caso de que así fuese, eran tres contra uno. Y aunque parecía corpulento y peligroso, no era justo. Ella podía desvanecerse en la niebla y los hombres nunca la encontrarían, pero Fen tenía que ser protegido, aunque fuera de su propia galantería. Él se detuvo de golpe.
—Sabes que están ahí ¿verdad?
Tatijana asintió a regañadientes. Estaba traicionándose a sí misma, pero él también lo había hecho. Los tres hombres estaban bastante lejos y era imposible verlos entre la niebla.
—Yo me encargo de ellos. Tienes que salir de aquí.
Ella negó con la cabeza. Había temido que fuera un macho protector. Le dio un pequeño «empujón» para que se marchara. Él le frunció el ceño sacudiendo la cabeza. Tatijana sabía que había cometido un terrible error. Fen era mucho más de lo que parecía, y ese empujón le había dado demasiada información sobre ella misma. ¿Quién era? ¿Un mago? No creía que lo fuera. Había estado prisionera durante siglos por el mago más poderoso del mundo jamás conocido, y Fen no se le parecía físicamente en absoluto, y su cerebro no funcionaba de aquella manera. ¿Un jaguar? Tampoco le parecía que lo fuera. Por lo tanto, solo podía ser o un carpatiano, o un licántropo. Si hubiera sido carpatiano, lo habría detectado por su campo energético. Los licántropos eran la única especie que no producía una energía legible para los demás. Decidió arriesgarse.
—Puedo defenderme sola perfectamente. Debes marcharte. Esos hombres van detrás de mí, no de ti.