vez.
En circunstancias normales, le encantaba correr. Incluso en aquel momento de máximo peligro, sus pies adoptaron instintivamente un paso constante y ligero. Su respiración se adaptó al movimiento.
Por desgracia, las circunstancias no eran normales, ni mucho menos. Luchó contra el impulso de volverse a mirar. Si se caía y se hacía daño, corría el riesgo de que la descubrieran. Y no quería ni imaginar lo que pasaría en ese caso.
Corriendo en la oscuridad, tenía la sensación de que eran las casas las que se movían, y no ella. Era tarde; reinaba el silencio.
Los detectores de movimiento jugaban en su contra; si corría por la acera, las luces de los porches se encendían a su paso, cegándola y exponiéndola al mismo tiempo. De modo que Allie se mantenía en el centro de la calle, aunque la luz de las farolas apenas le bastaba para ver por dónde iba.
De repente, llegó a un cruce. Allie se detuvo jadeando y leyó las señales indicadoras.
Foxborough Road. ¿Qué ha dicho Isabelle? Se tocó la frente como para obligarse a recordar.
Ha dicho a la izquierda por Foxborough, concluyó al cabo de un momento. Luego a la derecha por High Street. Pero no estaba segura. Todo había sucedido muy deprisa.
En cuanto dobló a la izquierda, vio las luces brillantes de High Street y supo que estaba en el buen camino. Por otra parte, se preguntó hasta qué punto el tráfico que circulaba por la avenida la protegía. Ahora, cualquiera podía verla.
Sin reducir la marcha, giró a la derecha por High Street en busca del lugar que Isabelle le había indicado.
¡Allí! En la cafetería de comida rápida de la esquina Allie torció a la derecha y encontró el callejón donde debía esperar. Sin mirar atrás, se refugió entre las sombras de dos enormes contenedores de basura.
Apoyada contra la pared, recuperó el aliento. El cabello sudoroso le caía sobre los ojos y se le pegaba a la cara. Se lo echó hacia atrás con gesto distraído y frunció la nariz.
¿Qué diablos era aquel tufo?